Palermo, leyenda viviente


El delantero que San Martín de Tucumán consideró caro cuando Estudiantes de La Plata lo tasó en 200 mil pesos en 1995, hoy viste la celeste y blanca. Aquel al que se le cayó una tribuna encima de su pierna, provocándole doble fractura de tibia y peroné, hoy, con 36 años, entrena como el más joven del plantel argentino. Ese que falló tres penales en un mismo partido de Copa América, Paraguay 1999, hoy convierte en un Mundial. El goleador que fue resistido en su país y en Europa, hoy es la primera opción de Maradona si a su equipo le falta gol. El hombre que es capaz de realizar milagros dentro de un campo de juego tiene nombre y apellido: Martín Palermo.

El partido contra Grecia, correspondiente a la tercera fecha del Grupo B, era una gran chance para el debut mundialista del Loco. Con Argentina casi clasificada –solo una combinación extraña de resultados podían dejar a Lionel Messi y compañía fuera de la competición-, Maradona metió mano en el primer equipo: ingresaron Nicolás Otamendi y Clemente Rodríguez en defensa, Mario Bolatti en el medio, y Diego Milito y Sergio Agüero en la delantera. Cuando se dio a conocer quienes saldrían al campo, las chances del goleador histórico de Boca de formar parte del once titular se desvanecieron, y solo quedaba esperar que Diego se digne a ponerlo en algún tramo del encuentro. Ya sea un tiempo, 30 minutos, 20, 10, o tan solo 60 segundos. El pueblo argentino que cruzó el Océano Pacífico para acompañar a su Selección, los que se quedaron aquí, su madre, su hermano, y hasta su hijo, querían ver a Martín en cancha. Deseaban observar al número 18 siendo participe de una Copa del Mundo.

Con el partido en 0, Maradona consultó a sus ayudantes de campo, Alejandro Mancuso y Héctor Enrique, y miró para el banco cuando promediaba la segunda mitad. “Ángel –Di María-, vení”, gritó el técnico. Trece minutos más tarde decidió realizar otra modificación: Javier Pastore por Agüero. Solo quedaba una. Una sola chance de debutar en ese encuentro, de seguir haciendo historia, y de tachar otro objetivo cumplido para el Loco. Sin embargo…

Con Argentina arriba –un minuto después del ingreso del volante del Palermo de Italia, Martín Demichelis anotó tras un saque de esquina-, Diego realizó el último cambio: “Que me traigan al 9. ¡No, no!, a Pipita no, a Martín”, corrigió, siendo víctima de un acto fallido entre nombre y número. ¿Pero qué importaba esta perlita, la que seguramente quedará como anécdota?. El hombre de la película estaba situado sobre la raya del lateral, preparado para pisar el Peter Mokaba Stadium. Era el momento que esperó toda su vida, y se cumplió. Se estaba cumpliendo.

A pesar de no tener mucho contacto con el balón desde que había ingresado, era Martín. A los goleadores no se les puede recriminar que no forman parte del circuito de juego o que no son vistosos. Ellos están para aprovechar el mínimo error de la última línea, para capitalizar un rebote del arquero, o para transformar una jugada del montón en una de peligro.

A los 88, en la agonía del partido, el Titán pasó de ser espectador de lujo de una gran jugada de Messi sobre el sector derecho a transformarse en el hombre de la tarde noche sudafricana. El 10 del Barcelona –y de la Selección-, eludió un rival, dos, tres y buscó el arco, pero sin suerte, porque el portero griego, como en toda la jornada, tapó su disparo. Pero ahí estaba él. El humano al que Dios parece haber tocado con una varita mágica. El que marcó su gol 100 con la camiseta Xeneize con los ligamentos rotos. El que anotó de cabeza desde ¡40 METROS!. El que pateó un penal con ambos pies a la vez, y lo convirtió. El que con Boca le hizo dos al Real Madrid en cinco minutos en una Copa Intercontinental. El que tras volver de una grave lesión sentenció a River por una Copa Libertadores. El que en El Monumental nos clasificó a este Mundial, con una conversión a los 47 del segundo tiempo, en aquel recordado duelo contra Perú. El que parece que siempre escribe el último capítulo de su maravillosa y admirable trayectoria, pero nos sorprende con uno más. El que no se cansa de romper récords. Ahí estaba él, cuando muchos se habían levantado de sus sillas o cambiado de canal. Ahí estaba Palermo para mandar el rebote de Tsorvas directo a la red. Y hacer gritar a los de Boca, a los de River, a los de San Lorenzo, a los de Banfield, a los de Rosario Central, a las más de 30 millones de personas que se encuentran en nuestro país, y otros tantos repartidos a lo largo y ancho del planeta.

Sin lugar a duda, este es otro posible final para un film que seguramente batiría récords. Pero no es el que quiere el protagonista principal, el iluminado. Como ya dijo en varias ocasiones, su objetivo es llegar al 11 de julio, y poder tocar la única copa que le falta tener en sus manos. La que tan solo 44 argentinos tuvieron la suerte de ganar.

El destino lo forja cada uno, y de esto sabe bien el goleador.